Sueños y secretos de… Lola Mayenco

¿Quién no ha pensado nunca en tomarse un año sabático, desaparecer, poner tierra de por medio y aclarar las ideas a miles de kilómetros de lo que llamamos casa? Y -ahora viene lo duro-, ¿cuántos de nosotros lo hemos hecho, realmente? La periodista Lola Mayenco decidió un día salir sin rumbo fijo a bordo de un velero para recorrer la costa brasileña. Y lo hizo. Y cuando volvió, se trajo consigo dos valiosos tesoros: el primero, unas ganas renovadas de retomar su vida donde lo dejó; el segundo, un libro llamado “Algo que celebrar”, gestado a partir de sus experiencias en diferentes países, donde conoció nuevas y extravagantes maneras de celebrar las pequeñas cosas de la vida. Pero mejor que nos lo cuente ella, ¿no?

¿Podrías resumir en una sola frase de qué trata “Algo que celebrar”?
Es una invitación para ver el rayo de sol que entra en la habitación oscura a primera hora de la mañana, un elogio de los prodigios de la vida cotidiana.

¿Cuándo se te ocurrió escribirlo?
Cuando me di cuenta de que muchos buscamos la felicidad en el lugar equivocado. Es un milagro tener sensaciones, pensamientos, sentimientos e intuiciones, estar rodeados de personas, posesiones, animales, plantas y el alma de los muertos, vivir inmersos en los elementos de la naturaleza, en este lugar y en este preciso momento. Sin embargo, la mayoría de nosotros no prestamos atención a los prodigios de la vida cotidiana que nos rodean a diario y vamos por la vida como sonámbulos, soñando con viajar por países exóticos o con concedernos placeres raros.

¿Y cómo arreglamos eso?
Recuperando el arte de celebrar, una actividad que logra que lo ordinario se vuelva extraordinario. Pero que quede claro que no me refiero a organizar banquetes recargados a los que hay que asistir con ropa nueva y llevando regalos caros. Para mí, el arte de celebrar es prestar atención a las personas que nos rodean; es apreciar los placeres más minúsculos, las actividades más comunes, los gestos más ordinarios; es percibir todos los aspectos de la vida cotidiana que son claramente mágicos. G. K. Chesterton dijo que “la vida no es sólo un placer, sino una especie de privilegio excéntrico” y yo estoy completamente de acuerdo.

¿Se trata de un libro de autoayuda, pues?
Pienso que todos los libros lo son desde el momento en que de ellos podemos sacar una clave para aplicarla en nuestro vida y mejorarla. “On the Road”, la mítica novela de Kerouac, puede ser una obra de autoayuda, si la leemos en el momento adecuado.

¿Es cierto que te has propuesto dedicar un año de cada década a viajar?
Los científicos han demostrado que, si queremos apreciar más nuestra vida, debemos alejarnos de ella de vez en cuando y mirarla con cierta perspectiva. Por eso, hace unos años, decidí quitarle las telarañas a mi rutina y me subí con mi pareja a un pequeño velero en el que recorrimos, tranquilamente, toda la costa brasileña. Al principio disfruté muchísimo de la más mínima cosa que se me cruzó en el camino y tuve experiencias muy bonitas. Pero, después de un tiempo, ese viaje excepcional se convirtió en mi rutina y, por el contrario, empecé a echar muchísimo de menos pequeñas cosas de mi anterior día a día que siempre había dado por supuestas antes de marcharme de año sabático. En ese instante me di cuenta de que debía dejar de buscar la felicidad sólo en paraísos lejanos y empezar a apreciar también los más cercanos. Así que convencí a mi pareja para que regresásemos a casa y nos lanzamos a disfrutar al máximo de nuestra vida cotidiana. Eso sí, en cuanto vuelvan a aparecer las telarañas, volveremos a levar anclas.

De todos los países que has visitado, ¿cuál te ha resultado el más inspirador?
Me gustó mucho Trinidad, una isla caribeña en la que, a pesar de que conviven personas de orígenes étnicos y religiosos muy diversos, parecen conservar un respeto al ser humano y a las maravillas de la vida que los une más allá de sus diferencias. De hecho, mientras estábamos de visita en esas tierras, el dueño de un restaurante de comida hindú nos invitó a celebrar con su familia el Divali, una fiesta preciosa en la que decoran todo con velas para simbolizar el triunfo de la luz sobre la oscuridad, del conocimiento sobre la ignorancia, de la bondad sobre la maldad. Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía que inventarme ninguna estrategia nueva u original para apreciar mi vida cotidiana: sólo tenía que utilizar el poder ancestral de las fiestas y los rituales para quitarme de encima la sensación de rutina y devolver periódicamente a mi día a día toda su intensidad.

Tu libro gira en torno al arte de celebrar. ¿Crees que, por lo general, celebramos poco?
No, no creo que celebremos poco. Lo que creo es que celebramos sin saber realmente qué es lo que estamos celebrando. Me da la sensación de que muchos de nosotros vivimos el arte de celebrar en su versión más repetitiva y superficial y eso me parece una lástima, ya que las fiestas y los rituales logran que incluyamos en nuestra ocupadísima agenda momentos para disfrutar de aspectos esenciales de la vida que el resto del tiempo damos por sentado. Pero, para conseguirlo, necesitamos superar los automatismos y devolver la conciencia y la belleza a las fiestas que celebramos.

De todas las celebraciones internacionales que conoces, ¿cuál es la más curiosa?
Me llama mucho la atención cómo celebran en México el Día de Difuntos. Acostumbrada al ambiente de tristeza, recogimiento, silencio y respeto de nuestra fiesta de Todos los Santos, me sorprendió mucho descubrir que en este país la gente organiza parrandas en los cementerios, con mariachis y tequila incluidos, para mantener viva el alma de quienes se han ido. Sin embargo, lo que más me atrae de esta celebración es que no es sólo un alegre y ruidoso reencuentro de familiares vivos y muertos; el Día de Difuntos es también una cita para recordar que hay que disfrutar de cada día como si fuera el último.

Propones un calendario personal de celebraciones. ¿A qué te refieres con eso?
“Algo que celebrar” es un ensayo inspiracional, pero también es un libro positivo y con una gran vocación práctica. No quiero compartir sólo las estrategias para apreciar la vida que tienen otras personas, sino que todo aquel que lo lea encuentre un detalle que lo impulse a crear su propia celebración o ritual personal. Me da la sensación de que, si queremos que la belleza de la vida nos emocione y nos enriquezca de verdad, debemos ser nosotros mismos quienes creemos activamente ocasiones para compartir nuestros placeres con los demás. Por eso creo que es muy útil elaborar un calendario de celebraciones propio que incluya las fiestas puntuales y los rituales cotidianos que más nos importan, y que lo hagamos basándonos en nuestros gustos y necesidades, aniversarios personales, citas culturales o incluso el clima de nuestro país. Tenerlo nos permite destacar los aspectos de la vida que más nos apetece apreciar, reservarnos con antelación los días en que pretendemos detenernos a hacerlo, avisar a las personas con quienes deseamos compartirlos y organizarnos tranquilamente para evitar que el tiempo se nos eche encima o, peor aún, que nos olvidemos.

Cuando no estás viajando, ¿a qué te dedicas?
Trabajo como lectora profesional, lo que quiere decir que ayudo a las editoriales en la tarea de decidir qué manuscritos merecen ser publicados, y también colaboro con otros escritores para que puedan mejorar sus textos. En lo personal me encanta cocinar con mi pareja, hacer manualidades con mis niños y cuidar de mi huerto.

¿Nos cuentas un sueño?
No perder jamás la curiosidad y la capacidad de maravillarme ante lo más pequeño. De hecho, me encantaría aprender fotografía para capturar, antes de que se pierdan para siempre, los aspectos de mi día a día que no quiero olvidar, ya sea un gesto de mis hijos, un rincón de mi casa, la vista desde la ventana o la flor recién abierta de una planta.

¿Y un secreto?
No tengo móvil, ni pienso tenerlo. En serio.

Foto: Mònica Bedmar

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