Ármense de valor, suban al ascensor que el recorrido es largo y tortuoso, difícil de seguir, mantengan la respiración. Si es necesario paren, retrocedan, vuelvan a leer, tomen nota. Al fin y al cabo es la lectura lenta la que reclama el autor. Caleidoscópico y poliédrico. “Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado”, un buen comienzo o ponerte a prueba partícipe de este pasatiempo llamado literatura. En el viaje se detiene a explorar los posibles mundos que existen en los trabajos de otros escritores, como Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto. O los paseos por ciudades como Caracas o Nueva York. Las capacidades que tiene la literatura como puede ser la difícil tarea de la traducción. “Como si la literatura se toma la revancha de la negatividad, la deserción del original trastorna la voz de la traducción, que así se revierte sobre la original convirtiéndolo en algo sospechosamente trascendental”. Un arsenal de reflexiones sobre la ciudad, los transportes, el lenguaje, el idioma, la escritura, los escritores, el espacio, las relaciones… las materias que inquietan a la literatura de Chejfec.
“El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia.”
La doble experiencia de aquello que se narra y la narración en sí misma, la recreación. Lo que dice y cómo lo dice. Un ejercicio gramatical extenuante, donde te imaginas ascensores que se deslizan en todos los sentidos posibles para dar forma al texto. Escribir la vida para contarla como una indecisión entre sus líneas.
“Hoy el escritor no quiere ser el único involucrado en saber lo que hay que poner o no, porque su relación viciada con la lengua propia lo aleja de cierta objetividad.”
Para ocultar hay que disimular. Hace tiempo que las novelas han dejado de enseñar, hay que cambiar la experiencia, ¿pero quién la modifica?. “Uno sabe, se supone, cómo llegar a una lengua. Pero no sabe cómo se quedará en ella.”