Entrevista a la artista multidisciplinar Sonia Esplugas, en uno de sus talleres de dibujo destinados a los que no saben. O creen que no saben.
—¿Y esto que dibujaste qué es, una niña o una muñeca?
—Una niña.
—Pues te voy a poner mala nota porque tiene las manos muy rígidas.
Sonia Esplugas tenía ocho años cuando en la escuela la profesora le puso la etiqueta letal: “Esto está mal”. Y ella lo recuerda aún hoy, treinta años después, entre risas, ante la decena de alumnos que asisten a su curso en Barcelona. Se llama “No sé dibujar” y está pensado para todos los que, sobre el papel, quieren pero no pueden.
“El mundo parece que se divide entre los que saben dibujar y los que no”, dice Sonia y se oye un murmullo de risitas nerviosas. En el aula está Samuel, que está cansado de trabajar todo el día con pantallas y busca un espacio “más analógico”. O Julieta, una arquitecta que copia a la perfección pero que, al intentar crear, se topa con el bloqueo. O Teresa, una mujer ya mayor que estudió Educación Física aunque su pasión, siempre, fue dibujar.
En la mesa, entre las libretitas, lápices, folios y colores hay una hucha de papel. Si alguien emite un juicio negativo (un “qué feo”, “soy un desastre”, “me salió fatal”), tiene que alimentarla con una moneda. Es para incentivar el primer objetivo del curso: Dejar de pensar que no saben dibujar. “Crear y juzgar nunca van juntos”, dice Sonia. “Por eso hay que aprender a acallar esa vocecita que valora y sentencia”.
Ella misma muestra en el proyector una de sus primeras creaciones. La hizo poco después de dejar su carrera de Tecnóloga de Alimentos al darse cuenta de que no era feliz. Por entonces vestía una bata blanca y medía la calidad de refrescos y otros líquidos: su vida transcurría entre niveles de densidad, ph y ácido fosfórico. Un día colgó los instrumentos, pasó un tiempo de crisis y probó con el dibujo. Y entre otras cosas –dice- aprendió a mirar.
“El segundo objetivo del curso” –dice en el aula con voz nítida- “es aprender a mirar. Que no se cuele la memoria almacenada cuando dibujamos, porque distorsiona nuestra percepción”. Sonia propone acercarse al contorno de una seta o de un zapato sin recordar sus aberturas o sus curvas. Más bien estrenando sus formas cada vez.
Y cuando termina su introducción todos están deseando lanzarse al papel para experimentar. Porque el tercer propósito del curso –había dicho ella- es disfrutar. Así que cuando sugiere dibujar durante un rato simplemente una línea, en seguida los lápices empiezan a deslizar su punta sobre el folio.
De fondo suena una música relajante y la maestra pide “silencio creativo”. “Muchas veces queremos dibujar con la misma energía con la que vamos al banco, rellenamos un Excel o cogemos un bus. Y eso no es así: tenemos que crear desde otro lugar. Para prepararnos podemos ir a dar una vuelta a la manzana, nadar un rato, regar las plantas… ¡y ya!”.
Cuando habla, Sonia sonríe y mueve las manos. En la entrevista con LeCool sus dedos bailarán durante una hora para complementar lo que dice su boca. Por ejemplo, cuando le preguntamos cuándo empezó a enseñar:
“Doy clases hace diez años pero desde 2011 esta modalidad. Por entonces yo llevaba diez años trabajando como ilustradora y me sentía encasillada, acartonada —pone las manos en garra—. Necesitaba liberar mi trazo y quise experimentar y compartir ese proceso”.
¿Y qué es lo que la gente puede aprender en tus cursos?
¡Muchas cosas! Cuestiones técnicas, claro, pero también aprenden a mirar de verdad, a deshacerse de preconceptos. Se estimula la mente creativa y se expanden los propios límites.
Pero la mayoría de los que “no sabemos” tenemos miedo al resultado…
Con estas clases pierdes el miedo a dibujar —hace un pausa y sus manos enrollan un ovillo invisible-. No sé cómo decirlo… ¡Te desbloqueas! El curso “No sé dibujar” sirve como impulso inicial. La gente toma contacto con sus ganas, con el “sí, puedo”. Me interesa sobre todo ese cambio de chip —y al gesto, naturalmente, lo acompaña un quiebre de muñeca—. Yo te propongo dibujar tu respiración, hacerlo con los ojos cerrados, soltar las presiones, disfrutar, incorporar el cuerpo…. ¡Y dibujar lo que tú eres!
Es que estamos más acostumbrados a comunicarnos con la palabra…
Sí, y es una pena porque el dibujo es un lenguaje disponible que no usamos y que nos permitiría desarrollar otra parte del cerebro, buscar soluciones desde otro punto de vista. Una amiga, por ejemplo, le explicó a su madre por qué iba a cambiar de profesión ¡con dibujos! Quería dejar su puesto en el banco y dedicarse a diseñar ropa, que era lo que realmente deseaba. Le mostró sobre el papel una sucursal gris, cuatro paredes, el reloj como una losa.
¡Muy gráfico! ¿Y a ti, para qué te sirve dibujar?
A mí a veces me cuesta contactar con mis emociones. Y mi estrategia inconsciente para evitarlo es acelerar el ritmo, llenarme la agenda, no parar. Y eso no me hace bien. Por eso para mí el dibujo es salud: me ayuda a contactar conmigo misma.
¿Y qué pasa cuando te conectas?
Felicidad —la sonrisa grande, las manos quietas—. Siento que todo está bien.
¿Siempre fue así?
Yo antes vivía de la ilustración [ahora su arte abarca más áreas] pero en un momento se convirtió en algo mecánico. Me di cuenta de que había perdido la herramienta de conexión, porque lo había puesto al servicio del otro, para otro propósito: la estética, el dinero… Entonces quise recuperar el dibujo para mí.
¿Alguna experiencia particular donde exploraste tus emociones?
Cuando viví en Buenos Aires pasé por un duelo muy fuerte. Estaba muy triste y tenía mucha rabia acumulada. Entonces mi profesor me dijo: “Vuélcalo en el papel, qué él lo aguanta todo”. Así que tiré pintura, la mezclé con tierra, lo froté todo con piedras… saqué todo lo que tenía dentro.
Un acto catártico.
Me gusta más “sublimación”. Porque transformas las emociones en algo mayor —sus dedos pintan dos comillas en el aire—. Lo interesante del dibujo es que nos permite conocernos a nosotros mismos. Todo lo que dibujamos, ilustramos, coloreamos, el tipo de trazo… es un autorretrato porque nos permite ver lo que tenemos adentro.
El dibujo es un espejo.
Es una hermosa radiografía de ti mismo.
*Sonia Esplugas es artista multidisciplinar, reside en Barcelona e imparte varias modalidades de curso de dibujo
Fotografías de Erika Arias
Ana Claudia Rodríguez es periodista y autora del blog “Y si de repente” (www.ysiderepente.com) en el que afronta diferentes retos y los cuenta en primera persona.