Un motel de baja estofa en las afueras de Disneyworld (irónicamente llamado The Magic Castle, algo así como el envés de los sueños burgueses). Un verano en que deambular de arriba abajo. Tonos frambuesa kitsch. Sólo seis años en el cuerpo de Moonee (Brooklynn Prince), y en su mirada entusiasta que convierte la falta de expectativas en espectáculo. Una madre soltera (la instagrámica debutante Bria Vinaite) que sabe añadir nuevas aristas a los tópicos lumpen. Y el empaque mosaico de William Dafoe, entre la firmeza y la compasión.
Con estos pocos ingredientes Sean Baker (autor de la nada conformista Tangerine) ha sabido armar una de las películas más poderosas sobre la crisis económica y sus devastados protagonistas, los perdedores del sistema neoliberal, de los que el Estado solo se acuerda a la hora de la represión. Mediante ellos asistimos a un proceso de resemantización choni donde los supermercados son museos (todo se puede mirar, poco puede tocarse), la lluvia y el fuego recobran la importancia tribal que tuvieron hace cientos de miles de años, y cualquier veraneante dispuesto a tomarse la vida en serio merece ser considerado un payaso.
Sin desvelar demasiados detalles de esta historia flotante (aleación imposible entre el Pather Panchali de Satyajit Ray y un anuncio de Toys “R” Us), señalaremos tan solo la sabiduría de un guion que bordea en todo momento el ternurismo, y que huye del drama social estereotipado con una palpitante leitmotiv: antes que lamer las heridas, hay que luchar por convertirlas en arte.