Cuando la vida nos recuerda que, de un día al otro, podemos tener que vivir sin nuestros seres queridos o simplemente lejos de ellos, sin poder ni siquiera abrazarlos, de golpe recordamos la importancia que tienen en nuestra vida y sobre todo que, muy a menudo, nuestro día a día sobrepasa las cosas que realmente importan.
¿Cuántas veces he dejado de llamar a mi madre porque se me ha pasado el día volando? ¿O no habré ido a verla al pueblo porque prefería irme de viaje en algún país lejano? ¿Cuándo fue la última vez que le dije que era la mejor cocinera del mundo? ¿Algún día acaso le he dado las gracias por haberme dejado hacer mi vida dónde me apetecía, a miles de kilómetros de ella, aunque eso significaba dejarla sola? No sé vosotros, pero creo que la hiperactividad de nuestra rutina (o al menos de la que solíamos tener hasta ahora) provoca que, muchas veces, nuestra familia se quede en un segundo plano. Tenía que llegar una pandemia para que de golpe nos llamemos más, nos echemos más de menos, suframos por la salud y el bienestar de nuestros padres y tengamos ganas de verlos y abrazarlos sin parar. Quizás es un buen momento para volver a poner orden en nuestras prioridades. Y mucho mejor que con estas pocas líneas, AMA, la novela de José Ignacio Carnero, lo explica a la perfección.
AMA no es una novela estándar. Es más bien un diario, una reflexión, una introspección, y ante todo, un homenaje a las madres. A todas esas madres que han apartado su condición de mujer para ser exclusivamente madres, desviviéndose para dar a sus hijos lo mejor: la posibilidad de estudiar, conocer el éxito laboral, salir del pueblo y vivir en grandes ciudades, viajar y disfrutar de la vida sin más preocupaciones. En este libro, José Ignacio Carnero dibuja el retrato de su madre y de la relación que tuvo con ella, pero sobre todo lo que se arrepiente de no haberle dicho. “Mamá, te hubiera tenido que venir a visitar más a menudo”. “Mamá, me encanta tu cocina”. “Mamá, cuéntame como fue tu infancia”. “Mamá, te quiero”. Todas estas cosas que ya no se pueden decir cuando tu madre muere de un cáncer de colon. Y así, el protagonista se enfrenta a su pérdida: a través de la escritura. Relatar la historia de su madre es una manera de recordarla, como una pintura o una fotografía. Una manera de hacerla eterna.
Por supuesto, además de una reflexión personal conmovedora en la cual muchos lectores se podrán identificar, AMA nos lleva también a reflexionar sobre la posición de la mujer en la sociedad y de la involucración necesaria de los hombres en la defensa del feminismo. Habla de las clases sociales, del desencanto del presunto “sueño americano” y de la memoria familiar.
AMA significa “madre” en euskera pero también corresponde a la tercera persona del verbo “amar”. Ninguna palabra podía definir mejor a una madre.
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