En mi escritorio, al lado del ordenador, una agenda roja abierta a la página de esta semana. Siempre he sido una nostálgica de las agendas de papel. En ellas materializo mis planes, viajes, escapadas, conciertos, proyectos y to-do lists interminables que voy copiando de una semana a la otra planificando un día a día demasiado atareado. En mi agenda, las páginas del mes de marzo se llenaron de proyectos tachados, y las de abril sirvieron para planificar esta nueva vida en streaming, aunque poco a poco las anotaciones han ido esparciéndose en el tiempo. Las páginas posteriores están de un blanco inmaculado. Quizás sea por el cúmulo de más de cuarenta días de confinamiento, por esos largos días de lluvia o por la frustración de no haber podido deambular entre puestos de libros y rosas por Sant Jordi, pero lo cierto es que estos últimos días han sido un poco más grises que los anteriores y, a pesar de la distancia, es como si nuestro estado de ánimo se hubiera sincronizado entre todos en un momento de ligero bajón colectivo.

Sin embargo, por primera vez en muchas semanas, parece ser que el fin de nuestra penitencia tenga fecha definitiva: el 10 de mayo, un día que poco a poco va cogiendo aura de fiesta nacional. Ese día podremos salir todos de nuestra hibernación forzada. Pero… ¿para ir a dónde?

¿Cómo será el día a día después del estado de alarma? ¿Cómo nos relacionaremos entre nosotros y con las personas mayores o de riesgo? ¿Cómo evitaremos una “segregación 2.0” entre inmunizados y posibles portadores del virus? ¿Cómo apoyaremos a la cultura, al pequeño comercio, a los bares y a los artistas sin poner a nadie en peligro? Y, sobre todo, ¿qué será lo correcto: ir a abrazar a nuestros padres, sacarlos de esta letárgica soledad y recuperar el tiempo perdido, o mantenerles a salvo, lejos de nosotros? Tantas preguntas a las cuales hoy no tenemos respuesta.

Todos estamos ansiosos por volver a la rutina sin saber muy bien en qué consistirá. Esta nueva normalidad aún tiene que definirse. ¿De verdad queremos volver a nuestra vida de antes, incluyendo retenciones en las carreteras, picos de contaminación, un mundo laboral arcaico sin teletrabajo, un consumo desenfrenado, el turismo de masa… pero todo ello con mascarilla como nueva prenda de nuestro outfit? Resistimos, sí, y pagamos un alto precio por ello, pero eso no es suficiente. Hoy me pregunto qué me preocupa más: ¿que cambie todo o que no cambie nada?

Quizás, por eso, estos días se tiñeron de gris: por desamparo, y porque por primera vez desde hace mucho tiempo, a pesar de tener en la agenda todas esas páginas en blanco, no sé qué escribir en ellas. Y como sabéis, la página en blanco es el mayor miedo del escritor.

Fotografía “Going nowhere”, por Astrid Jacomme

Por: Astrid Jacomme

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