Desconfinarme de la mano de la llegada de un verano tímido ha sido la única forma de mantener a flote la estabilidad emocional. No quiero imaginarme un desconfinamiento donde salir a la calle implique llevar abrigos y bufanda. Ver las flores resurgir de sus escondites y desperdigarse por los jardines, como niños en su primer día de colegio, me llena de cierta felicidad.
Un servidor no es muy entendido en flores, pero eso no quiere decir que deje de admirar su belleza. Sus pequeños tonos que brillan en el momento del despertar a la luz hasta el momento en el que se convierten en trozos secos de color, rotos por el desgaste. Cada fase en la vida de las flores es un momento único, y si nos paramos a contemplarlo estoy seguro de que encontramos belleza en cada una de ellas.
Muchos de nosotros hemos vivido fases así estos últimos meses: de querer florecer pero quedarnos atrapados en un agrio coitus interruptus de emoción entre cuatro paredes, contenidos y con ganas de explotar, pero atrapados en segundos interminables. Hoy salimos a la calle, tras tres meses, y muchas flores rebeldes han olvidado lo mal que muchos otros lo han pasado, e inconscientemente dejan sus máscaras, guantes, y empatía volar lejos, dejando en las calles plástico quirúrgico que se acumula por los rincones que durante tantas semanas han estado deshabitados. Otras flores intentan retomar con cierta duda una rutina incierta, y otros, se santiguan esperando días mejores.
Las flores rotas son ese eco que queda en casa para desconfinarme ahora. He escrito, mucho, así como he tomado muchas fotos, inspirado en muchos de vosotros; y he comido y bebido, sin pensar demasiado en los triglicéridos o en la operación bikini; y aquí me tenéis, en una semana donde el sol tímido se esconde a ratos y las flores reclaman un poco de energía vital. Yo las he destruido fotográficamente en un ataque de rabia, y tras hacerlo me lancé a caminar las Ramblas y a sentarme en la plaza del Pi junto a mis hijos, y a decirme a mí mismo: “Esta ciudad es la hostia, así de tranquila y solitaria, ¿qué hemos hecho de ella todos estos años? Hemos intentado quitarle la luz a la belleza, y hemos vendido nuestra alma a una competencia donde los euros dan mas felicidad que la sabiduría.”
Yo me desconfino, pero con mis Anthuriums bajo el brazo, porque la flor alarga su cuello hacia mí para recordarme cada palabra que he escrito en este diario, y que me juzguen en el futuro si he mancillado sus palabras y sus espacios en blanco.
//Fotos hechas por Andrés Aguilar Caro. Anthuriums preparados por Donna Stain para CHANDAL Store.
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