Reconozco que cuando apareció Street Food: Latinoamérica no me atrajo, principalmente por dos razones. La primera: los formatos centrados en gastronomía se han estandarizado y es complicado encontrar programas originales, capaces de transmitir todo lo que hay detrás de una receta. La segunda: la llamada “street food” se ha convertido en un reclamo para “foodies” (escritos ambos con todo el rintintín posible), alejada de la comida callejera real, la humilde, honesta y emocionante.
Estaba muy equivocado. Un célebre peruano compartió en sus redes una publicación sobre el programa dedicado a Lima y, desde luego, las sensaciones fueron bien distintas. Había que darle una oportunidad, sobre todo en este momento en que solo podemos viajar a través de la pantalla. Street Food: Latinoamérica se centra en las recetas y en las personas que hacen posible la comida callejera. En sus programas encuentras platos sencillos, de los que sí se comen en la calle, que han pasado de generación en generación dentro de las familias y en las calles de las grandes ciudades latinoamericanas.
Una de las mayores cualidades de esta segunda entrega de Street Food es su visión social y de género. Con la excepción del programa dedicado a Lima, cada capítulo está protagonizado por mujeres que han tenido que enfrentarse a multitud de dificultades y que siguen haciéndolo, día a día. Sin moralina ni mensajes de “coaching”. Los seis programas dedicados a Latinoamérica están más próximos a los reportajes gastronómicos de Anthony Bourdain y de David Chang que a Street Food: Asia, una primera tanda más centrada en personajes esquemáticos, narraciones predecibles con final feliz y en platos reinventados como los que ahora protagonizan muchas de las cartas de restaurantes con ínfulas.
La gastronomía de las calles de Buenos Aires, Salvador de Bahía, Oaxaca, Lima, Bogotá y La Paz muestran la inmensa diversidad de América. Recetas centenarias del continente, con influencias europeas, africanas y asiáticas, que muestran la transformación de las propias ciudades: cada puesto de comida callejera nos recuerda la larga historia americana y su complejidad. Todo contado desde las experiencias personales y con una cercanía que hace que quieras probar al instante cada plato que sale en la pantalla. A falta de otros viajes, este recorrido gastronómico se convierte en una escapada memorable sin salir de casa. Eso sí: ¡llenarás tu agenda de nuevos destinos que visitar en cuanto puedas!