Maldito San Valentín

Hasta dar con nuestra media naranja, o aun sin haberla encontrado, la mayoría de nosotros hemos tenido una pareja que no significó nada y otra que nos partió el corazón. Ironías de la vida, el hombre que hizo añicos el mío nació el día de San Valentín. Palabra. Necesité pico y pala para recuperarme y recurrí a todos los métodos posibles para levantar cabeza… Hasta que descubrí cuál era el verdadero problema y en manos de quién estaba la solución.

Una cosa es que te deje tu pareja. Otra muy distinta, que te partan el corazón. Siendo honestos, cuesta muchísimo recuperarse de eso; en algún momento, en cualquier lugar, habrá algo que nos recuerde a nuestro San Valentín perdido. Sin embargo, igual que sucede con la muerte de un ser querido, se puede aprender a vivir con ello y dejar de buscar por todas partes a ese amor que se esfumó.

La serie “Fama” nos dejó claro que los sueños cuestan y que para alcanzarlos no hay atajos. Por eso es aconsejable armarse de paciencia, pues aunque no es cierto que el tiempo todo lo cura, sí ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva. Es algo que aprendí en el cole, cuando el simpático que me clavó el compás en la espalda terminó repitiendo curso. En el caso de mi Valentín, una cosa estaba clara: el ser que parecía perfecto, no era TAN perfecto. Porque si hubiera sido de verdad perfecto, no me hubiera dejado.

ÉL SE LO PIERDE

Él… o ella, porque los rompecorazones, como los corazones partidos, no entienden de géneros. No sólo mi ex tenía cosas buenas: yo también las tengo. Todos las tenemos. Y son esas cosas, las buenas, las que se echan de menos cuando una relación termina. Las malas, si no son traumáticas, se olvidan de un plumazo: la explicación está en nuestro gen egoísta, el responsable de nuestra supervivencia como especie. Así que en los momentos Bridget Jones, agarrada a una manta cariñosa y sorbiendo mocos en el sofá, lo único que me consolaba un poquito era la cantidad de cosas buenas que el muy –piiiiip– se iba a perder en adelante. MIS cosas buenas.

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Los amigos, bienintencionados ellos, me hicieron sugerencias de todo tipo: sal todo lo que puedas / no salgas / sal de vez en cuando; tírate a todo lo que se mueva / conoce a gente nueva / guarda luto; date todos los caprichos / concédete algo de vez en cuando / ahorra al máximo… y vete a dar la vuelta al mundo.

Lo admito: empecé haciendo caso a mis amigos. A todos. Salí con tres hombres a la vez durante un tiempo (en citas por separado, no vayáis a pensar), durante otro tiempo no salí con ninguno; también fundí mi Visa, la amorticé, ahorré y me fui a Australia. El problema de irte al otro extremo del mundo es que tu tristeza viaja contigo: simplemente, la llevas dentro. Así que la única manera de enfrentarse al toro es agarrarlo por los cuernos… y no como acto de valentía, sino porque este animal, de frente y de cerca, dicen los expertos entendidos que no ve prácticamente nada.

“Los expertos aseguran que no hay manera de recuperar un corazón roto sin pasar por ciertas etapas”

Con ese propósito, empecé a leer sobre el tema “Cómo superar un ruptura” y descubrí que los expertos aseguran que no hay manera de recuperar un corazón roto sin pasar por ciertas etapas. Lo curioso fue que, dependiendo de la fuente consultada, me hablaban de cinco etapas, de siete, de diez o de varios años. Opté por dejar de gastar mi dinero en libros y seguir invirtiendo en pañuelos de papel.

VOLVER AL ARJÉ

No descubro nada nuevo si digo que una ruptura de este tipo equivale a superar un duelo, solo que no hay cadáver. Por ello, lo más práctico es aceptar que la otra persona no volverá… con nosotros. Aunque siga viva. Y para eso, tras llorar a moco tendido todo lo que necesitemos, adquiere sentido regresar a lo que los griegos llamaban arjé (ojo, no confundir con Aserejé). Lo de llorar no es baladí: es absolutamente necesario y es parte del proceso. No hay que saltárselo. De hecho, fueron las lágrimas las que me hicieron gritar “¡Eureka!”.

En la antigua Grecia, el arjé significaba el comienzo del universo o el elemento primigenio de todas las cosas, aquéllo que no necesita de nada más para existir. Tales de Mileto se refería al agua como el verdadero arjé. ¡Y somos un 70% de agua! Esta fue la razón por la que pensé que aparcar los kleenex y volverme hacia mí misma, hacia mi esencia, hacia mi arjé, podía ayudarme.

“Disfruté de la libertad de improvisar, de tomar decisiones sin necesitar consulta ni aprobación”

Regresar a mi arjé fue la manera que encontré de romper el ciclo tóxico: hice una lista de las cosas que hacíamos juntos y otra de las cosas que yo –mi yoesencial– había dejado de hacer desde que nos habíamos convertido en dúo. Cosas que me gustaban pero que había enviado injustamente al pasado por pereza, porque no podía compartirlas con él o porque no encajaban con nuestras rutinas comunes. Y –¡oh, sorpresa!– ¿cuál de las dos listas ganó? Pues la segunda. Por goleada.

Estar en pareja es muy enriquecedor pero siempre tiene algo de renuncia para ambas partes, aunque se trate de una renuncia voluntaria. Volver a hacer todo aquello que había dejado de hacer fue mi manera de encontrar nuevas rutinas que no incluyeran a Valentín: pasar un día entero en la playa (él se aburría al cabo de una hora), leer tres periódicos seguidos un domingo por la mañana en mi cafetería favorita (Valentín prefería desayunar en casa), hacer excursiones en moto (adivinad a quién le daban miedo); pero sobre todo disfruté de la libertad de improvisar en lugar de tener que planearlo todo, de tomar decisiones sin necesitar consulta ni aprobación.

Entonces, mi verdadero yo afloró de dondequiera que estuviera metido para recordarme que además del transcurrir del tiempo, y por encima de un número indeterminado de etapas más o menos necesarias, no hay mejor antídoto contra un corazón partido que una autoestima lozana: alta y sana. Cuanto antes nos centremos en ella, antes cicatrizará nuestro corazón y podremos incluso llevarnos bien con nuestra expareja. Si queremos, claro.

 

Texto por Mónica Subietas

Imagen por Javiera Mac-Lean Álvarez. Javiera es Ilustradora y diseñadora gráfica chilena (web: www.javieramaclean.com; instagram: @javieramaclean)

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