Alejandro Hermosilla, con la reciente publicación de Un reino oscuro, demuestra que no cede ni un ápice de su estilo único, y de una prosa convincente con un acento muy personal. Dos arquitectos (padre e hijo) se adentran un par de veces al mes en los oscuros bosques que hay a las afueras de su ciudad para supervisar las reformas y obras que dirigen en las mansiones y palacios de un paisajista, un duque, un pianista y un escritor. Atmósferas opresivas y personajes alevosos y desorientados que conforman las más funestas circunstancias del arte y la condición humana. Hermosilla regatea las convenciones al uso, sus formas, para edificar lapidarios finales cargados de energía y aspereza.
En Un reino oscuro todos acatan y están sometidos. La mayoría poseen alguna tara psíquica y reflejan cierta extravagancia. La historia se asienta sobre los temas favoritos del autor, que en esta obra y en la anterior, bien podrían ser el odio y el mal, con mirada de reojo al ejercicio del poder, la poesía y el arte. Un universo ficcional cerrado y muy deprimente; un tratado grisáceo sobre los más pérfidos rincones de nuestra humanidad. Individuos que corren sobre el filo de la brillantez y la confusión, la libertad y la paranoia. ¿Y los príncipes? Aquellos que luchaban con todas las fuerzas por mantener el poder, o bien gobernar imponiendo, violentamente, su voluntad. Los monarcas acostumbraban a ser los más desgraciados de todos los seres humanos: sombríos, espíritus tristes y lóbregos. Un mar de bosques oscuros habitados por personajes desquiciados, un paseo por los paisajes más grises.