Ver una película de Wes Anderson es algo así como dejarse llevar por una adorable hipnosis cinematográfica. El torrente imaginativo del cineasta se desata desde el minuto número uno hasta el último de sus créditos, dejando al espectador completamente fascinado y rendido ante sus pies. El universo que Anderson es capaz de crear está impregnado de detalles, de magia y de cinefilia, y Academia Rushmore es un buen ejemplo de ello. Diálogos supremos, originalidad, ingenio, interpretaciones más que fabulosas, profundidad, estética digna de recordar y una banda sonora de infarto. El segundo film del director sorprendía hace casi veinte años a público y crítica cosechando halagos, nominaciones y galardones por medio mundo. Una experiencia inolvidable cargada de diversión, emoción, belleza e inteligencia.
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