“Estoy caliente”, alguien podría decir cuando solo tiene calor. “No me folles”, cuando no quiere ser molestado en tierras anglohablantes. Y si en las situaciones comunes esto es más que importante, cuando se trata de literatura, es vital. Y esto no es un secreto, pero pocos reparan en que el éxito o fracaso de un escritor en países con otra lengua recae en el traductor. Recuerdo la primera vez que lo noté: cuando me aburría leyendo “Romeo y Julieta” hasta que, por pura casualidad, suplanté aquella edición por una traducida por Pablo Neruda… Se hizo la luz. O la historia de aquel escritor latinoamericano que escribe en inglés, y cuya primera edición de un libro suyo aclamado como una sensación, pasó sin pena ni gloria por culpa de una traducción modesta. Hoy, un grupo de traductores y traducidos están de fiesta. Y todos queremos (o deberíamos) conocerlos. Son los de la revista Asymptote. ¿Vamos?