Cualquier modificación de la ciudad tiene rostro, el de las personas que viven en cada una de las zonas susceptibles de ser modificadas, trasladadas, transformadas, renovadas. Detrás de cada una de ellas hay una historia (muchas, en realidad) en la que se entrelazan las vivencias personales con los espacios urbanos en los que éstas han tenido lugar. Las ciudades no son anónimas, no son espacios en blanco ni tableros de juego, y eso es algo que queda muy claro en el documental que hoy se proyecta en el COAC dentro del programa “Ecumenópolis”. Y es que, aunque “Encaixonats a Vallcarca” no pretenda establecer un juicio sobre la larga y compleja transformación urbanística de este barrio, lo cierto es que la mera presencia de la cámara como testigo de las consecuencias que estas transformaciones generan (desplazamientos humanos, desaparición de espacios de relación…) ya es suficiente para comprender el alcance de esta complicada situación. Porque la ciudad es, sobre todo, la gente que vive en ella y porque los lugares se construyen también a base de usos y relaciones, y cuando se pierden las calles y los hogares, se pierde también todo ese estilo de vida que se ha desarrollado con el propio barrio.
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