Cuando Petra Costa le dio a Tim Robbins una copia de su filme “Elena”, el actor americano estaba exhausto: había visto veinte películas de un tirón en el Festival de Berlín y no tenía ganas de ver nada más. Pero llegó a casa y la vio. Y quedó maravillado: “Si una película podía purificarme de veinte películas medianas y hacerme abandonar mi cinismo y creer de nuevo en el poder transformador del cine, esta película era ‘Elena’”. Y es que el documental de la directora brasileña -sin duda la película más exquisita que ha dado el cine reciente de Brasil– no deja a nadie indiferente. Petra hace un retrato desgarrador de su hermana Elena, la joven actriz que se marchó a Nueva York cuando ella todavía era una niña y que allí, tragada por la tristeza, terminó quitándose la vida. Narrada en segunda persona -como si no fuera más que una carta llena de saudade-, atravesada por una extraña pulsión de muerte y marcada por la dolorosa figura de la madre, cuyo valor y sinceridad parecen rayar la inconsciencia, “Elena” poco a poco muestra lo que es: una película profunda, inconsolable, a la que uno sólo puede acercarse desde el corazón.
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