Mostrarse expuesta es parte inextricable del hecho de padecer ansiedad. Si extraemos un párrafo concreto de Wikipedia sobre Olivia Sudjic podremos hacernos una idea de qué significó publicar su primer libro para la autora británica de origen yugoslavo: “Las críticas de Sympathy (2017) fueron positivas. The New Republic se refiere a la obra como «un debut notable, y con la llegada de una novelista así podremos finalmente dar la bienvenida a nuestro futuro techno-distópico con los brazos abiertos»”. Quizá éste fue el problema (aunque el problema ya existía, de base), debutar en la literatura con honores, con éxito y con toda la crítica posicionada a su favor incrementó el miedo al fracaso posterior, la anticipación inherente a un mal cada vez más común en ésta, nuestra bien odiada y cabalgada sociedad capitalista. De eso y de otras cuestiones relacionadas con la enfermedad del siglo XXI nos habla Sudjic en el que es su primer ensayo: del miedo a no estar a la altura, a la opinión pública, a qué vendrá después. Nos habla de este mal común como paciente, pero también como creativa, es decir: expone cómo reconducir esa patología, ese síntoma hacia un fin creativo (la ansiedad no es en sí misma una dolencia, denota que algo no está funcionando bien. De primero de Psicología).
Ahora que la OMS advierte de cómo nos afectará el Covid-19… Sí, en masculino, con conciencia en el empleo de este artículo, porque se trata de un virus, porque somos muchas las que estamos hartas de que lo femenino esté asociado a lo denostado, a lo que no es tan válido, en contraposición con lo bello, fuerte y bueno de lo masculino en clave de salud mental (¿en serio? ¡¿No me digas?!)… Ahora que la OMS advierte y tal de la “metaepidemia” podemos recurrir a Expuesta para canalizar este mal contemporáneo. También, más que recomendado, hacer uso de un buen psicoterapeuta, claro. Sudjic escribe en Expuesta. Un ensayo sobre la epidemia de la ansiedad, de Alpha Decay, como mujer, reivindica su posición como tal en el mundillo y saca a colación cómo se siente desde una perspectiva de género, feminista, a pesar de su posición privilegiada, consciente de ella y en estos términos:
“Estoy segura de que muchas autoras se atormentan a la hora de elegir la perspectiva desde la que escribir. ¿Primera persona del presente? ¿Tercera persona del pasado? En cambio, no me imagino a demasiados autores blancos varones reflexionando en exceso sobre la legitimidad del simple hecho de tener una perspectiva”. Y añade en otra parte del ensayo: “Los hombres tienen mucho que aprender de la subjetividad femenina”.
Entre el contrato de uno de sus libros y su publicación tomó betabloqueantes (reducen el ritmo cardíaco, para las menos versadas en la materia), probó con la meditación y con terapia cognitivo-conductual (parece mi vida, pero yo me decanté por la Gestalt y el Psicoanálisis), para demostrar que todo estaba bien publicó más contenido en redes sociales. Y cuanto más lo hacía: peor se sentía. El síndrome de la impostora, de la masoquista: ¿para qué seguir publicando si es lo que le genera en ella toda esa ansiedad? Porque ésta, su fiel amiga-enemiga, “llenará cualquier receptáculo que le dé”, tal y como evidencia. Clarividente, bien hilado, si todavía no te has decidido a ir a terapia (sabemos lo que cuesta dar el primer paso) siempre puedes empezar por aquí.
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