Fam Oculta
Cuando medito sobre la vejez me da por pensar en mis padres, mis tíos, mis jefes, los padres de otros amigos o los yayos que hacen aquagym en la piscina a la que voy. Conforme pasan los años, me incluyo cada vez más en esta lista. Comienzo a reconocerme en los ojos de los ancianos, unos ojos con los que ahora recuerdo cuando tenía 23 años y podía comerme al mundo. Por eso mismo, porque el paso del tiempo es algo que nos afecta a todos, el argumento de la obra de teatro “Fam Oculta” es de una potencia esencial. Le tengo un poco de miedo. O de respeto, más bien. He escuchado miles de veces a una persona arrepentirse de lo que hizo cuando era joven y, sobre todo, de lo que no hizo. Pero lo que más me ha dolido siempre, cuando escucho historias de “gente mayor”, es la nostalgia con la que miran ese pasado lleno de aventuras y planes y proyectos y amistades y anécdotas que, a día de hoy (muchas veces porque las articulaciones no responden), ya no pueden suceder. Tratar de revivir la juventud cuando ya se está viejo y cansado puede resultar divertido, en plan película de Hollywood con todos los Nicholsons y DeNiros yéndose a pescar al lago. Pero muchas veces, tratar de encender aquellas llamas puede ser mortal. No siempre de las cenizas surgen aves fénix. A veces sólo se reenciende un intenso olor a cadáver.
