La academia de las musas, última obra del aclamado director José Luis Guerin, está planteada como una conversación inagotable sobre el papel del deseo como elemento cohesionador de, por una parte, la poesía y, por otro, de la sociedad, y de cómo esa misma poesía tiene la función de vertebrar una nueva sociedad. Sus privilegiados interlocutores son el profesor Raffaele Pinto (artífice de la quijotesca academia que da título a la película), su mujer (una inteligentísima Rosa Delor, que presta un contrapunto irónico al proyecto) y sus alumnas (las cuales, entregadas unas y beligerantes otras, completan este polígono verbal). Todos ellos, al no ser actores profesionales, posibilitan el viejo deseo de Robert Bresson: no interpretar, sino dejarse interpretar por su discurso.
Entre las fluctuaciones y digresiones de su conversación destaca el leitmotiv del deseo y del papel (¿activo, pasivo?, ¿guerrera amazona o figura decorativa sobre fondo ornamental?) de la musa (Francesca, Eloísa, Beatriz, Laura) como creadora (¿real, ficticia? –asumiendo la frágil frontera entre ambos conceptos). Conversación (¿guionizada, improvisada?) en la que se emparienta la militia amoris con la guerra de sexos; en la que Petrarca saca a bailar a Judit Butler.
Su estilo, deliciosamente amateur (en su mejor sentido, el de ‘amante’), más que presentarse como underground al uso (valga el oxímoron), se dedica a escarbar en el subsuelo de la conciencia. Pocas piruetas formales (apenas la interposición de un vidrio entre cámara y personajes, como en algunos filmes de Kiarostami) se permite el autor, dado que prefiere que su cámara, transformada en pupila (¿o es al contrario?) se comporte a la vez como un notario francotirador que constate la erudición (no pedante, sino post-Dante) y la actitud (ya cínica, ya inocente) de sus personajes, y sea capaz de fluctuar entre el contenido de la conversación y su modulación por los personajes que lo enuncian.
Ver esta obra se parece a recorrer una biblioteca viviente, que sigue la misma taxonomía que las ideas en el cerebro y deja hueco a esos serenos libros en la caótica vida actual. Respiradora, por lo tanto y, en último término, inspiradora.
We have detected that you are using extensions to block ads. Please support us by disabling these ads blocker.