Los primeros minutos de La zona de interés (Jonathan Glazer, 2023) son toda una declaración de intenciones. No vamos a encontrar salida de emergencia: el sonido será el verdadero hilo conductor de este filme. Jonathan Glazer, conocido también por dirigir videoclips tan míticos como el de Karma Police, de Radiohead, algunos de Massive Attack o Blur, es guionista y director de cine, pero lo suyo también podríamos encajarlo en el marco del videoarte. Como ya demostró en su anterior película, Under the skin (2013), para Glazer, la experimentación, el riesgo y las imágenes oníricas (difíciles de traducir en ocasiones, pero con multitud de significados que se nos quedarán grabados a modo de onda expansiva en el cerebro) son parte de su juego. Y digo “juego” porque lo cierto es que a Glazer le gusta jugar con los sentidos del espectador en su totalidad, engendrando experiencias cercanas a la sinestesia.
La zona de interés nos sitúa en el idílico hogar de la familia del comandante Rudolf Höss. Una casa de cuento y un jardín paradisiaco en el que se hace hincapié en la variedad y majestuosidad de sus flores. Un verdadero sueño que comparte, literalmente, muro con el campo de concentración de Auschwitz. Quienes esperen imágenes del horror que se cocina (también literalmente) al otro lado de ese muro, no las encontrarán. La película únicamente nos muestra, a través de planos muy abiertos y siempre estáticos (solo hay un par de breves travellings en sus 106 minutos) la aparente confortabilidad de la familia alemana en la casa y alrededores. Rodada con una frialdad casi quirúrgica, con micro cámaras instaladas estratégicamente en la vivienda, y que en ocasiones ni los actores sabían dónde estaban situadas, La zona de interés no nos permite ver más allá de la ¿tediosa? rutina familiar. No hay ni un solo primer plano a sus rostros en toda la película. Los verdugos se nos presentan como autómatas que no merecen ni tan siquiera eso. No nos aproximaremos a sus facciones impasibles.
El comandante Rudolf Höss jamás asesinó a nadie con sus propias manos, pero entre los años 1940 a 1944 mandó a matar a unos 3 millones personas. Siempre obediente y fiel a las órdenes de su superior Heinrich Himmler, del repugnante intelecto de Höss también surgieron hábiles iniciativas para aumentar las capacidades de exterminio en las cámaras de gas.
¿Otra peli sobre el Holocausto? Sí, pero que se aleja radicalmente en su forma de muchas de sus predecesoras, como La lista de Schindler o El hijo de Saúl. La zona de interés es una película sobre lo que no se ve, pero se sabe. Sobre lo que no lastima al criminal, siempre indiferente, pese a la grotesca cercanía. Una película en la que, a través del sonido, casi podemos oler el horror. Pero también una película que, más allá de su desconcertante y lenta frialdad, nos señala con el dedo a todos, que acabamos revolviéndonos un pelín incómodos en el asiento del cine. A nosotros, que somos también partícipes de la barbarie, partícipes del circo expositivo. A nosotros, que sentimos en ocasiones una curiosidad malsana por el pasado. Y de golpe se me vienen a la mente ciertas fotografías de influencers posando sonrientes en Auschwitz con el hashtag (#) fashion (aunque hashtag (#) gilipollas sería más correcto). A nosotros, por la vergüenza de asistir callados al horror en el presente. A nosotros, por el futuro que nos queda, como una náusea que nos llega de súbito, pero que no acaba. Nunca acaba.
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