Sardanápalo se encerró viendo el asedio inminente, trayendo todas las riquezas de su palacio a su aposento, hizo que todos sus oficiales mataran a sus esposas, sus animales, y que nadie después de ello sobreviviera, haciéndose quemar vivo antes de entregarse.
Los encierros tienen eso, el estado de desesperación, de euforia colectiva quizá. ¿Cuántas sectas, religiones, libros de autoayuda y de poesía dadaísta se estarán creando estos días en las cuatro paredes de las viviendas alrededor del mundo? Seguimos aplaudiendo a las ocho, no con la misma energía, sino con más rutina, con la que produce el vértigo de las repeticiones, como el salto de la aguja del tocadiscos al acumular polvo y que arruina el mejor momento de nuestra canción favorita. Se acumula el aire, a pesar de la lluvia, y se asoma un nuevo sol, pero siguen siendo las ocho en cualquier parte del mundo.
Entonces, proyectamos las emociones de cara a la puerta, de repente se ha vuelto amiga y enemiga, la que queremos tocar y en la que no pasa nadie si no es estrictamente necesario, y las historias del mundo de afuera se quedan en susurros cuando vuelves de la compra o de tirar la basura, para que los niños no sepan que se ve en la farmacia o en los supermercados. Te apresuras a quitar una máscara improvisada pero ya sabes que dentro de poco ellos tendrán que llevarla para salir a tomar el aire.
Y, de repente, comprendemos que todos somos sombras, y que la luz es la que desvela nuestros pasos sin andar, proféticamente saca el dedo índice y apunta a la dirección que parece la correcta, pero no la queremos seguir, porque ahora nos pesa el engaño de seguir encerrados. La luz que antes era el camino correcto se hace mezquina y nos atrae mas la oscuridad.
Mi semana de confinamiento ha sido tenebrosa, no ha habido emoción tras los huevos de Pascua y las escenas se han confinado aún más. Por las blancas y solitarias paredes imagino aún las fotos que no se han hecho, y pongo la banda sonora a nuestro cercano encuentro; pero a veces pierde el sonido, y bailamos sin sentir el ritmo, como en una danza final.
Me inspira Flash, quien después de despertar del coma salió disparado a mirar el mundo con sus nuevos ojos rápidos, como quien intenta atrapar todo lo que se ha perdido cuándo todo continuaba, pero el dormía. La fuerza de la velocidad, anhelo de muchos, es oro en mis paredes.
Autor fotografías: Andrés Aguilar
Polaroid principal: Delacroix. La muerte de Sardanápalo, 1827. Museo del Louvre
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