El filósofo Thomas Hobbes utilizó la figura bíblica del Leviatán, un monstruo de proporciones inconmensurables, para simbolizar lo que sobrepasa al Ser Humano, especialmente la idea del Estado (entidad garante, teóricamente, de poner orden en las turbulentas relaciones sociales y honradez en las transacciones económicas). Andrei Zvyagintsev (autor de la portentosa El regreso y la delicada Elena) ha escogido ese mismo título para su última película, y diríamos que con un sentido parecido: el Leviatán es todo lo que supera al individuo, desde el Poder hasta la pregunta sobre el Más Allá; todo lo que significa opresión, en definitiva, muy apropiado en una Rusia de la que se sugiere que conserva las mismas corruptas estructuras desde el tiempo de los zares, pasando por la Unión Soviética. Pese a su pesimismo radical, que cuestiona incluso la posibilidad de poseer nuestra propia vida, la película está narrada con una elegancia que permite elaborar una imagen limpia y vívida del caos, y con una levedad (planos breves, secuencias que cortan donde más intensidad dramática era previsible) que aligera el peso de las preguntas que plantea. Algunas de ellas, venidas de los tiempos más remotos, son: ¿Queremos a los otros por nuestra connatural bondad o por pura conveniencia? ¿Es el Poder (su necesidad, su búsqueda) una de las manifestaciones del Mal en nuestro planeta? ¿Alimentamos a nuestro propio Leviatán porque nos tenemos miedo unos a otros? ¿O, tal vez, porque nos tenemos miedo a nosotros mismos?
http://www.youtube.com/watch?v=EEcEehBcQRY
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