Cuenta la leyenda que la segunda guerra civil española comenzó en 2017 cuando Los Planetas lanzaron su noveno álbum, “Zona temporalmente autónoma”, dividiendo irremisiblemente la sociedad en dos facciones que se dedicaban un odio atroz. Habían pasado siete años desde su último largo y, en fin, se había generado una morbosa expectación ante un disco cuyo adelanto más notable, “Islamabad”, cogió a contrapié a los planeteros más tradicionales. ¿Jota y Yung Beef? ¿Es esto una broma de mal gusto? Al final resultó que no era una broma, y mucho menos de mal gusto: incondicionales y escépticos acabaron convergiendo y el experimento trapero de los granadinos fue considerado unánimemente como una absoluta genialidad. Pronto llegó la puesta de largo, un disco de 14 temas heredero en gran medida de una última época de la banda, la más flamenca, que muchos esperaban ver desterrada y que, oh, su gozo en un pozo, salió incluso reforzada. Hubo semanas de silencio, tipos con barba y camiseta lila luciendo el mítico logo de “Super 8” encerrados en casa, vinilo girando y mano en el mentón, deliberando, juzgando. Hasta que apareció Lenore, venido arriba como el que más, dio un puñetazo sobre la mesa de su escritorio y dijo algo que parecía llevar años callándose y que vendría a resumirse en que Los Planetas, la banda más gloriosa de la historia del indie español, estaba acabada.
Pausa dramática.
La guerra había estallado. Los haters salieron de sus madrigueras en legión como orcos de Mordor dispuestos a acabar con el reino de Granada, blandiendo afilados tweets envenenados con una mala hostia gran reserva. Por otra parte, los fieles seguidores de Jota y su cuadrilla permanecieron impertérritos, repartiendo mandobles a diestro y siniestro, defendiendo un disco en cuya calidad confiaban a ciegas.
El golpe de estado estaba en marcha. Y yo, espectador neutral, seguía hecho un lío. ¿De qué lado estaba? Ni lo sabía. Lo cierto es que el disco me tenía confundido. Temas como “Porque me lo digas tú”, “Hierro y Níquel” y la ya inmortal “Islamabad” me entraron a la primera, como la puta seda, pero el resto del disco pasaba por mis oídos sin pena ni gloria durante las primeras escuchas. La parte central del álbum era especialmente dura, áspera, escarpada. La tríada “Libertad para el solitario”, “La Gitana” e “Ijtihad” me tenía, ¿cómo decirlo?, con el culo torcido. Así que me centré en la recta final, en la que detecté temas mucho más amables, accesibles. Temas que incluso recuerdan en cierto modo a aquellos primeros Planetas, como “Zona Autónoma Permanente”, una canción directa, de letra sencilla, que bien podría haber formado parte del mítico recopilatorio “Canciones para una orquesta química” de 1999. A ésta la sigue “Amanecer”, otra canción de amor (casi todas lo son en este disco), especialmente emotiva, esperanzadora, de nudo en la garganta. Y cierra el triángulo “Hay una estrella”, pieza acústica sorprendente, de nuevo sencilla, casi infantil, y precisamente por ello bella y enternecedora.
Mientras ahí fuera seguían lloviendo las hostias yo seguía escucha tras escucha, cada vez más convencido, eso sí, de que “Zona temporalmente autónoma” no sólo no representa el último estertor de una banda moribunda, sino que, al contrario, supone un revulsivo —el enésimo de los granadinos— para su trayectoria, un disco valiente, elaborado, repleto de claroscuros y a la vez muy compacto, pero sobre todo honesto, original y complejo. Y, fíjate, mientras yo llegaba a esa conclusión, pareció que muchos más lo hacían, y a los granadinos les salieron defensores por todas partes para sofocar una sublevación que, malas noticias para algunos, tendrá que esperar al menos unos añitos más.
¿Has llegado hasta aquí? Enhorabuena. Ahora sólo falta que tengas una entrada (joder, volaron a las pocas horas) para ir a Apolo a disfrutar en directo de uno de los discos que más guerra ha dado en los últimos tiempos.
Por: Samuel Valiente
Precios: Entradas agotadas
Hora: Apertura de puertas a las 19:30h
Lugar: Sala Apolo, C/ Nou de la Rambla, 113