Mundo hormiga, by Charlie Kaufman
El debut del guionista/director Kaufman rebosa de una sátira excéntrica y unas reflexiones provocativas sobre cómo el arte da forma a la percepción que tiene la gente del mundo. Mientras visita St. Augustine para buscar un libro, B. Rosenberg, un pretencioso historiador y crítico de cine, se cruza con Ingo Cutbirth, un anciano ex niño actor que le muestra a B. una película sin nombre creada con títeres de stop-motion que tardó 90 años en realizarse y lleva tres meses verla. B. evalúa la película (“sobre el artificio de la ficción y la escasez de verdad en nuestra cultura”, entre muchas otras cosas), como “la mayor obra maestra cinematográfica de quizás todos los tiempos”. Después de que Cutbirth muere, le deja la película a B., quien la pierde en un incendio automovilístico y pasa el resto de la novela consultando a terapeutas, desesperados por reconstruir su experiencia de la película. En el camino, B. sufre una serie de contratiempos cómicos en su carrera y vida personal, que lo dejan preguntándose: “¿Dónde termina la película y comienza mi mente?”
Kaufman llega con la novela hasta el extremo más censor con el mundo del cine y la TV, ya que el protagonista es un crítico de cine prepotente que odia al propio Charlie Kaufman y que está obsesionado por conseguir llamar la atención en Hollywood. Mundo hormiga es eso, no dejar títere con cabeza. La caústica denuncia de este mundo y una reflexión sobre el arte, el tiempo, la memoria, la identidad, la comedia y la propia naturaleza de la existencia.
Este tipo de rareza posmoderna vuelve a aparecer en extrañas e hilarantes escenas, como cuando B. acude a citas consecutivas con un psicólogo que le receta ketamina, un chamán y un hipnotizador; una película del futuro en la que el presidente Trump, conocido entonces como presidente Trunk, se enamora de su robot del Salón de los Presidentes; y, cuando el recuerdo de B. de la película se mezcla con su realidad. Kaufman hace gala de su maestría con el diálogo para acelerar el ritmo de lectura y hacer cautivo al lector. Las conversaciones apresuradas de los personajes están plagadas de alusiones culturales y sociales. Kaufman busca dentro de la mente un sentido del humor reconocible en todas sus películas. No sabemos si Charlie se atreverá a llevar estas 900 páginas al cine. Vale su peso en oro: un cántico íntimo a lo imposible, que legitima, en conjunto, sus excesos.
