Si de levantar polémica se trata, Lars Von Trier ya tiene varios másters en ello. Entre sus fans, sus detractores y la ingente cantidad de reseñas y artículos que despiertan sus películas (debatiéndose entre el más puro amor y la ridiculización de cada uno de sus personajes) la verdad es que, personalmente, siempre espero sus estrenos desde la más simple y divertida curiosidad. Si ya reí con las variopintas opiniones que despertaron “Anticristo” o “Melancolía”, sabía que esta nueva entrega del danés conllevaría todo tipo de anécdotas para remarcar en los medios: desde las quejas de las actrices por lo métodos empleados por el director en el rodaje (esto comienza a ser un clásico, ¿qué opinará Kechiche?), hasta noticias en las que se narran cómo ciertos actores fueron elegidos por las fotos de su pene. Trailers censurados en Youtube y cinco horas de film divididas en dos volúmenes, al estilo serial.
Que sí, que nos gusta el sexo, que el sexo vende, pero “Nymphomaniac” no es una película hecha para excitar. Ni para provocar. Ni para trascender más allá de la belleza de la lentitud de la primera secuencia, de la diversión natural de una chica con su cuerpo, o de la comedia en momentos de histerismo colectivo. Con la segunda parte podremos tener una opinión más precisa, pero, mientras tanto, sigamos a Von Trier con el violento ritmo de Rammstein.
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