Una de las cosas que más impacta al acercarse a los retratos de la zaragozana Alejandra Atarés es que no tienen cara. Sus personajes no nos miran, sino todo lo contrario, nos dan espalda. Como paralizados, observan el horizonte, un horizonte enigmático e incierto que nos transporta a un mundo de fantasía que recuerda a las obras de artistas como Joaquim Mir o Anglada Camarassa. En contraste y en primer plano, la utilización de materiales que van desde el óleo al plástico industrial consiguen formar tejidos brillantes que nos trasladan, al igual que en la obra de Casas, a un mundo más matérico pero que, en esta ocasión, es desposeído de cualquier significado de clase social. Una combinación espectacular que da como resultado retratos que, a pesar de no tener rostro y estar inmersos en la incertidumbre del paisaje al que miran, muestran el coraje, la fuerza y la vitalidad necesarios para enfrentarse a ellos.
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