“Desde que se inventó el cine, vivimos tres veces más”, dice un personaje de la película Yi Yi. Eso es precisamente lo que uno siente cuando ve a un film como Tomboy. Como ya había hecho Alain Berliner en Ma vie en rose – pero al revés, porque allí el protagonista era un niño, y aquí es una niña –, Céline Sciamma nos sumerge en una infancia turbada por el conflicto de identidad sexual. Pero sin recaer en tópicos, con una delicadeza admirable y actores perfectos. La espléndida Zoé Héran interpreta a Laure, una tímida tomboy que, al ser confundida con un niño en su nuevo vecindario, no duda en seguir el equívoco, y así se convierte en Mickäel.
Entre el tranquilo hogar de Laure, donde protagoniza algunas de las escenas más encantadoras de la película con su pequeña hermana Jeanne, y el mundo completamente nuevo de Mickäel, donde descubre su primer amor, epicentro de un verano tan corto como inolvidable, Sciamma transita sin prisa, para enseñarnos cómo de una mentira puede nacer la verdad y de una ilusión, la consciencia de lo difícil y gratificante que supone ser uno mismo.
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