Cada cuarenta segundos alguien decide morir y lo consigue. Particularmente en España, en 2013 (último año del que poseemos estadísticas) fueron 3870 seres humanos, descontando los casos en que no se han podido esclarecer las circunstancias de la muerte. ¿Por qué un hecho de estas características sigue siendo silenciado, cuando rebasa la cifra de homicidios y de fallecidos en accidentes de tráfico?
Simon Critchley es uno de los pocos que rompe ese silencio, partiendo de otros autores como Hume, Durkheim y Jean Améry. A lo largo de su breve y delicioso libro Apuntes sobre el suicidio repasa las paradojas que la muerte voluntaria ha suscitado. Por ejemplo: si la religión considera que la vida es un don ofrecido por Dios, ¿qué clase de don es ese que no se puede rechazar? (Puede sustituirse a “Dios” por el rey absoluto, el Estado o la Sociedad, mutatis mutandis). O: ¿por qué la Iglesia ha condenado el suicidio por contravenir el designio divino, y no así la medicina, cuyo objeto es alargar la vida destruyendo enfermedades acordes con ese mismo designio?
Con un inteligente hilo argumental, que se atreve a refutar sus propios razonamientos, el autor repasa los ejemplos de, entre otros, Virginia Woolf, Paul Celan, Dorothy Parker, David Foster Wallace, Edouard Levé y Hunter S. Thompson, del mismo modo que discurre acerca del suicidio no sólo como expresión máxima del libre albedrío, que también, sino como acto publicitario, como odiamor, como revancha, como homicidio, como decisión financiera, como quintaesencia del victimismo o como inmarcesible lucidez.
En resumen: un libro sobre nuestros demonios escrito como los ángeles.