Hay que saber ir al cine solo

Vivo en Barcelona desde hace nueve meses, no tengo novio, ni muchos amigos en esta ciudad. Ahora mismo estoy sentada en un café sola escribiendo esto y, sí, voy al cine sola. Los miércoles, a mitad de precio.

La primera vez que fui al cine sola aún me resistía a la idea, en ese momento mi concepción del mundo decía que no estaba bien salir a hacer este tipo de actividades sociales sin nadie con quien socializar. Y en público.

Pero cuando eso, que ahora es costumbre, empezó, no fue por falta de compañía para ir a ver una película. La primera vez que fui al cine sola fue en la época que más acompañada estuve en mi vida, la universidad.

Un día, la conversación con mi novio, que no había aparecido por un par de horas, fue así:

— Te escribí hace ratísimo, ¿dónde estabas?

— En el cine.

— ¿Cómo que en el cine, con quién?

— Solo

— Sí, claro.

— ¿Tú nunca has ido al cine sola?

— …

Yo en ese entonces nunca rechazaba un reto e inmediatamente busqué el cine más recóndito de toda la ciudad, para no encontrarme con nadie conocido, y me senté durante dos horas y media, en parte a ver la película, y en parte a hacer un ejercicio de abstracción en el que yo me daba cuenta de que estaba en el cine sola, y me gustaba. Podría mentir y decir que me acuerdo cuál película vi, pero la verdad es que no tengo ni idea. Lo que sí recuerdo es que ese día descubrí cuál es mi asiento favorito de la sala, y que me gusta mezclar las palomitas con cuadritos de chocolate. Recuerdo la sensación de libertad de no tener que justificar por qué me gustó, o no, la película. Hermoso.

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Sin darme cuenta, ir al cine sola fue el primer paso para empezar a preguntarme qué es lo que realmente me gusta hacer cuando no hay nadie alrededor pidiendo razones con la mirada. Esas miradas que ya conocía e identificaba, preguntando el porqué de todo: ¿por qué comes tan lento?, ¿por qué vas a ir al baño justo ahora?, ¿por qué cambias tanto de carril?, ¿Por qué no has visto Kill Bill?, ¿por qué fumas?, ¿por qué no fumas?, ¿por qué no vienes a la fiesta?. NO ME GUSTA, NO ME IMPORTA, ¡BASTAAA!

Una vez que descubrí cuál es mi asiento favorito en el cine, quise saber más de mí. ¿Cuál es el lugar de la ciudad que más me gusta? ¿Realmente me gusta vivir aquí?

Una vez que descubrí cuál es mi asiento favorito en el cine, quise saber más de mí. Empecé a preguntarme cuál es el lugar de la ciudad que más me gusta, o si realmente me gustaba vivir ahí, también salí sola a experimentar, y así descubrí cuánto tardo en tomarme un café a mi ritmo, o que el segundo postre nunca estuvo de más, sino que es totalmente necesario; me di cuenta de que me aburren los museos y que mi tiempo promedio para admirar un cuadro es de 0,3 segundos.

Julia Cameron, en su libro El Camino del Artista , lo llama cita con el artista, yo lo llamo salir sola, y trato de hacerlo por lo menos una vez por semana. Si no hubiera ido al cine sola la primera vez, hoy no sabría que me gusta escribir en trenes o que el español no es necesariamente el idioma en que mejor me expreso. Me ayudó a darme cuenta de que el trabajo que tenía en la empresa grande me hacía infeliz, a pesar de que todo el mundo pensaba que era perfecto para mí. También así me enteré de que la gente, como conjunto, no me gusta, solo me caen bien algunas personas, y que soy disléxica en cuanto a ideologías se refiere, que me gusta andar por la calle con un audífono puesto y el otro no, y que las bicis no son para mí, prefiero ir caminando siempre que pueda. Ir al cine sola es la razón por la que estoy ahora en este café escribiendo cosas que me gustan.

Esta técnica también es muy útil para detectar cual es el trago del mal, ése que te va a emborrachar, si no te da vergüenza ir a un bar solo y pedir 3 mojitos seguidos. Cualquier persona que se haya mudado sola a una ciudad desconocida sabe de lo que hablo. Estar solo –que no es lo mismo que solitario– y disfrutarlo. Y es que, sobre todo, ésta es una prueba de valor. Cuando entras en un restaurante y pides una mesa para uno, lo lograste; ahora solo trata de no tropezarte y caerte de camino a la mesa, del resto, estás a salvo.

Artículo original, aquí.

*Luisana Cartay escribe en Las Perdidas 

Ilustraciones: Silvia Calles – @silvicalles