Vida de aeropuertos

No estoy ni cerca de ser una persona muy viajada, nunca he pasado más de doce horas en un avión y no acumulo millas en ningún programa de viajero frecuente. Pero gracias a mi necesidad imperante de moverme (huir), ando cruzando fronteras y continentes cada vez que tengo la oportunidad. Esto me ha dado cierta experiencia sobre cómo se desenvuelve la vida en los aeropuertos, esos “no lugares” como los llama Marc Augé.

Porque tengo mucho tiempo libre entre cada escala, y porque me gusta observar a la gente mientras finjo que leo algún libro elegante, he reunido suficiente cantidad de información como para escribir un par de páginas a modo de análisis sobre la vida en los aeropuertos. Siempre desde mi punto de vista, recordemos que no tengo otro. He aquí una guía práctica para entender estos micro hábitat de clima acondicionado.

El primer aeropuerto que recuerdo es el de mi pueblo. Era pequeño y un poco cutre, la verdad, aunque mis ojos inocentes no estaban programados para ver esos detalles. Para mí, representaba la alegría de ver llegar a mi padre, que trabajaba entre semana en Caracas. Traía un olor particular en su traje, que yo identifiqué como “olor a avión”. Significaba felicidad.

En mis tempranos veintes mi relación con los aeropuertos cambió. Pasaron de ser una entrada, a ser una salida. Entre despedidas y escalas larguísimas, entendí que esa combinación de mostradores, autoridades oficiales, escaleras mecánicas y puertas de abordaje, son en realidad el limbo en la tierra. Un área de paso, para cuando ya saliste de un lugar, pero todavía no has llegado a tu destino. Por lo tanto, todos quienes ahí estamos, hacemos exactamente lo mismo: esperar. Aunque cada quien lo hace a su manera.

Existen 2 tipos de personas que cohabitan en un aeropuerto

Esta lista podría ser tan larga como el retraso que lleva el último vuelo de una aerolínea low cost. Los que viajan en pijama, las que llevan tacones, los que llegan varias horas antes y duermen en el piso, los que van siempre tarde y se saltan la fila. Los del café y el vino en el bar, o los del bocadillo casero en el bolso. Los amables, los amargados. Los que se sienten como en el baño de su casa o los que sufren del síndrome de estreñimiento en el inodoro ajeno. Los de ventana y los de pasillo.

Después de mucho pensarlo y darle vueltas al asunto, he decidido saltarme todas estas especificidades del caso y, con una sola afirmación, construir dos grandes grupos: Técnicamente, en los aeropuertos todos somos turistas o homeless.

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No arrugues la frente mientras lees la pantalla como si esto que afirmo fuera algo políticamente incorrecto. Es verdad, piénsalo. Los que no vamos de turistas (hermosa situación en la que del otro lado nos esperan hoteles, vistas panorámicas e intentos fallidos de hablar otro idioma) nos estamos mudando de ciudad, esto quiere decir que no tenemos casa ni aquí ni allá. O que tenemos casa en ambos lugares pero muy en el fondo, no pertenecemos a ninguna de las dos.

¿Por qué esto es importante para entender el ecosistema de un aeropuerto? Porque revela un estado mental de cambio, que es igual a una mente abierta como instinto de supervivencia. Habla y serás escuchado, sin importar el idioma. Exprésate y no se te juzgará (tan fuerte). Si quieres hacerle preguntas sobre tu malestar estomacal al tipo con pinta de médico que tienes sentado al lado, leer ese libro que te da vergüenza sacar en público, o iniciar una encuesta llena de preguntas muy personales como parte de la investigación para tu siguiente proyecto, es el momento. Esto me lleva al siguiente punto.

El dinero y el idioma no serán factores determinantes para establecer relaciones humanas.

A diferencia del mundo exterior, donde nos dividimos por zonas, religiones, costumbres, trabajos, idiomas y sueldos, en los lugares de tránsito todos estamos un poco perdidos y por lo tanto más abiertos a la interacción con otras personas. Incluso la cortinita que separa la Primera Clase de la Turista es tan pequeña, que no divide nuestro campo visual, mucho menos nuestro universo.

Además, es un hecho que un vuelo internacional se maneja al menos en dos idiomas distintos, con lo cualtodos tenemos los oídos atentos y el cerebro abierto para no perdernos ninguna llamada a abordaje o cambio de puerta. Si no estás muy seguro de a dónde debes ir y tu teléfono móvil con línea extranjera no está jugando a tu favor, preguntar por la conexión de WIFI siempre es una buena forma de hacer amigos, porque…

Las siglas WIFI son más universales (e importantes) que S.O.S.

Si tienes WIFI puedes pedir auxilio en tu propio idioma, o acceder a Google Translate para aprender a decirlo en el idioma extranjero. Mejor aún, con acceso a internet puedes llamar a tu madre, la dueña de todas las respuestas. ¿Quién necesita la ayuda de otras personas si tu madre está del otro lado del chat?

Tampoco necesitarás sentarte frente a las pantallas de vuelos para saber si te cambiaron la puerta de embarque, porque ahora tienes acceso a la página de la aerolínea. Además de distracción ilimitada, la información que ofrece el interminable mundo online, te ayudará a sentirte más internacional y cosmopolita que nunca.

Es más: imagina la escena. Vas paseando la mirada inocentemente por los habitantes de la sala, de pronto tus ojos se cruzan con esa persona mega guapa a la que nunca le hablarías si estuvieran en una playa paradisíaca con poca ropa, pero estás en un aeropuerto. Vamos, acércate, que en tu teléfono con WIFI tienes datos interesantes sobre todos los destinos del mundo, qué hacer en todas las ciudades, restaurantes recomendados y comidas que no se aconseja comer a los extranjeros en los rincones más exóticos del planeta. No pienses ya que podrías estar acercándote al amor de tu vida, podrías estar salvando una vida.

Por favor, acuérdate de estas líneas cuando se marchen juntos a vivir en esa casa a orilla del mar o a la pequeña cabaña en lo alto de la montaña (lo que prefieras, no soy quien para meterme en tus sueños). Acuérdate de esta publicación cuando uses esas millas de viajero frecuente que acumularon juntos, viajando de ciudad en ciudad, conociendo familiares, amigos, o lugares nuevos que ninguno de los dos pensaba antes en visitar. Recuerda estas letras, no solo porque, después de leerlas, te animaste a hablarle sabiendo que tenías la seguridad que conlleva un móvil con WIFI en el bolsillo, en un aeropuerto internacional. Sino porque, lo dijo primero Mandela y luego Lennon: Las fronteras no existen, mucho menos durante una escala en un vuelo internacional (esto último es mi aporte personal, ¡que quede para la posteridad!).

Opino que las nacionalidades no deberían existir. Cada vez que alguien, detrás de un vidrio protector, me pide mi pasaporte, veo la libretita con sellos estampados y me pregunto para qué sirve. La prueba de que la división espacial en el planeta es inútil está en los aeropuertos. Dejamos libre a un grupo de gente de distintos lugares del mundo, en un limbo terrestre, y nos damos cuenta de que todos somos iguales,  turistas o homeless, capaces de comunicarnos sin idiomas y de convertir cualquier moneda en un sistema de pago eficiente. Necesitados y dependientes del WIFI, que no se lee al derecho y al revés, pero todos entendemos lo que significa.

Pienso que los aviones son el mejor invento de la humanidad desde el secador de pelo, pero también sospecho que si nunca se hubieran inventado aviones ni barcos, cruzaríamos los océanos nadando para llegar al otro lado. Porque si algo compartimos todos es el sentido de pertenencia por este mundo, tuyo, nuestro y de todos por igual.

 

Luisana Cartay escribe en Las Perdidas

Ilustraciones: Núria Pau