Los neurólogos más prestigiosos afirman con impotencia desconocer el cerebro. ¿Es una radar que oye todos los tictacs salvo el suyo propio? ¿Una máquina diseñada para matarnos, o solo para vengarse de las lesiones que él mismo se produce? En lo que todos coinciden es en su hipertrofia, el exceso de evolución que ha conducido a la conciencia humana a tortuosos laberintos, pero también a la posibilidad de recrearlos mediante la literatura.
Cerebroleso es un buen ejemplo de ello. Se propone explicar el absurdo de forma lógica y desarrollar la lógica de forma absurda, y lo consigue: no hay cosquilla mental o sinapsis incómoda que quede por explorar, hasta el punto que se nos sugiere que la lesión de su título pueda ser la fijación con el propio cerebro (quizás el sustantivo más repetido a lo largo del libro), plasmada en “un miedo a enloquecer tan incapacitante y bestial que, en sí mismo, era el miedo de un demente”.
A lo largo de sus diez, ¿solo?, relatos, ¿seguro?, encontramos palizas tetrapléjicas, pudores manieristas, notas al pie como estratos geológicos, retorcidas delicadezas, sintagmas que juegan al yonunca, “el esqueleto como sugerencia de presentación de la muerte”, digresiones asesinas, subtítulos a un improbable drama costumbrista de superhéroes, insultos a los objetos, retos caníbales, sosias, conversaciones con esguinces.
Historias dentro de historias dentro de historias. Su artífice, Julián Génisson (casi una errata dentro del libro) es un Quijote que hubiera leído a Samuel Beckett, un neurocirujano que en sus ratos libres practicara boxeo.