El jardín de los sospechosos, by Marina Sanmartín

El cadáver de una niña siempre produce una más que elevada conmoción. Segar la vida de un ser indefenso produce asco y repulsa. Duro es el paraje que nos encontramos en este colegio de alumnos “aventajados”, dotados de altas capacidades, donde todo parece en perfecto orden. Ese colegio donde soñaste estar, con pistas deportivas, clases de todo tipo, talleres, parque infantil, espacios arbolados, jardines… Ese celofán que envuelve a este tipo de centros, canteras de futuros ejecutivos, donde la inteligencia y la creatividad surge entre los siete y los doce años. Pero en esos jardines no todas las piezas encajan. Frente a lo maligno no existen métodos preventivos completamente exitosos. Los niños son audaces, capaces de urdir planes malévolos, que pueden desembocar en una tragedia. Imitan los comportamientos adultos, inclusos los peores que puedas imaginar, pero ya estamos nosotros para justificar conductas y pautas que puedan terminar en un daño irreparable.

“Y hay una parte de nosotros que no nos pertenece, la que convierte en un tópico un mundo en el que todos los padres quieran a sus hijos”.

Marina Sanmartín teje en El jardín de los sospechosos una historia en dos planos: el narrador todopoderoso y el pensamiento del protagonista Martín Guidú. Junto a él, un detective, una profesora, unos padres abogados defensores, los niños capaces de danzar en el filo de la historia. Todos ellos generan un vapor asfixiante que sofoca y ahoga.

Decía Kavafis: “cuerpos hermosos de muertos que no envejecieron y los guardaron, con lágrimas, en un bello mausoleo, con rosas a la cabeza y a los pies jazmines”.

El ser humano puede moverse entre el bien y el mal en mayor o menor medida. Ello depende de cómo nosotros tengamos conciencia de esto y sepamos movernos en el campo de la ética, la moral y del bien común. Fundido a negro.

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Cubierta: Pedro Viejo