La noche después de terminar la lectura de Mine-Haha (Editorial Alpha Decay) soñé con ello. Con ellas, las niñas del relato, con sus vestidos de encaje y sus cabellos suaves. Con sus pómulos marcados, sus ojos enormes, sus huesos finos. Con su atmósfera cargada de alucinaciones flotantes. Tal vez la banda sonora para este relato podría ser una canción de Coralie Clement. Una suerte de nana perversa. Al igual que Fleur Jaeggy en Los hermosos años del castigo, el polifacético Frank Wedekind (autor de Lulú, esa heroína de la sensualidad) mezcla a lo largo de las páginas de esta breve novela dulzura y terror, una sensación agridulce y adictiva. El relato de una infancia sometida a las cárceles de un misterioso orfanato, a caballo entre el paraíso y el infierno (o tal vez ambos a la vez). El libro comienza cuando la anciana Helene Engel deja un manuscrito junto a una nota a su vecino antes de tirarse por el balcón. En sus páginas encontraremos esta insólita confesión: la historia de la niñez de Helena, quien era llamada Hidalia en el orfanato, hasta llegar a la pubertad. Años en los que jamás tuvo contacto con el mundo exterior. Palabras y caricias entre niñas, elegante adiestramiento de los músculos. Pero, ¿por qué el aislamiento? ¿Por qué esta educación? ¿Por qué estas normas? Y lo más importante: ¿por qué jamás nadie habló de ello?
Una novelita deliciosamente aterradora, donde la danza es el eje central del desarrollo físico y el silencio se filtra por el interior de los cuerpos. Claustrofobia, inocencia, regocijo, perversión y un discreto acercamiento a la iniciación sexual de las niñas. De las hadas. De lo real. De lo onírico.