Sueños y secretos de… Professor Angel Sound

Professor Angel Sound ha vuelto a la ciudad. El que fuera uno de los djs más representativos de la Barcelona postolímpica, rey de las exitosas y abarrotadas fiestas Bongo Lounge, las más míticas de La Paloma en los 90, vuelve parar reclamar el trono de la noche barcelonesa tras cinco años recluido en una prisión panameña por un crimen que no cometió. Suena a argumento de película, pero es bien real. Hablamos con Ángel Francisco López de electrónica, cárceles y las fiestas Milkshake, herederas de Bongo Lounge cada jueves en El Latino del Teatre Principal.

Mientras me preparaba la entrevista estaba escuchando tu música y, de verdad: no era capaz de estarme quieto. ¿Cuál es el secreto que la hace tan tremendamente bailable?
No sé si hay secreto. Cuando hago música la hago para bailar. Igual sí es cierto que la música es lo que me ha salvado estando en la cárcel en Panamá, representa un momento de alegría que a mí me sirvió y a todos nos puede servir para salir del entorno tan negativo que tenemos de crisis y demás.

Es una gran fusión de estilos, ¿cómo clasificarías tu música?
Los ritmos latinos están muy presentes, así como la tradición de la música de baile, pero la música de baile negra, que es muy distinta de la electrónica alemana. Y todos estos elementos se han diversificado en muchos subestilos. Antes nos llamaban freestyle o “estilo ecléctico”. En todo caso, los que ponen las etiquetas sois vosotros, los periodistas.

Fuiste, junto a Ángel Molina y el lamentablemente fallecido Sideral, uno de los máximos impulsores de la cultura de club barcelonesa de los 90. Cuando recuerdas esa época, ¿qué es lo primero que te viene a la cabeza?
Era algo tan nuevo que la gente le ponía muchas más ganas, más pasión. La gente bailaba mucho más. Ahora se va a las discotecas a hacer presencia, a drogarse y a estar con los colegas, pero antes la gente investigaba, se informaba y seguía a los djs.

¿La vida en una cárcel panameña es como nos enseñan en el cine y la televisión?
A veces el cine y la televisión pintan las cárceles en general como un sitio de antihéroes, pero no tiene nada que ver: es un sitio triste, más parecido a un manicomio, lleno de gente abandonada.

Antes de que te trasladaran a El Renacer pasaste tres meses en La Joya, una cárcel mucho más dura, por lo que tengo entendido. ¿Había mucha diferencia entre un centro y el otro?
La Joya es una cárcel muy grande y yo estaba en el pabellón de extranjeros, que aunque había hacinamiento era un poco más seguro que el resto, pero aun así era muy feo: faltaba agua, había muchas enfermedades… Luego me cambiaron a El Renacer y allí sí eran panameños la mayoría, así que estuve envuelto en todo el mundo de los gangs. Había más patio y espacio, pero era más peligroso en realidad. En La Joya no llegué a ver armas, en El Renacer todo el mundo tenía cuchillos y hasta llegué a ver pistolas o revólveres. Era muy conflictivo.

Al menos en El Renacer tuviste acceso a un viejo estudio de música. Incluso iniciaste un proyecto llamado “Paz en el Gueto” dentro de un programa de rehabilitación a través de la música. ¿Cómo valoras la experiencia?
“Paz en el Gueto” fue una canción que salió de un festival por la paz que organizamos dentro de la cárcel con distintos artistas. Grabamos el tema, que luego gustó a varias personalidades de la música y nos consiguieron permiso para hacerlo más a lo grande, en plan “We are the world”. A partir de ahí fue creciendo nuestro proyecto en la cárcel y entonces nació el programa RAM (rehabilitación a través de la música), que conmuta para reducir la pena. Quedó muy bonito, en medio de lo feo.

¿Realmente ayudaba el taller a rehabilitar presos?
¡Sí! Hay unos diez internos, algunos ya fuera otros dentro, que están haciendo música ahora. Me van pasando lo que hacen y la verdad es que está bastante bien. Antes lo único que sabían manejar era una pistola.

¿Tu paso por el penal ha cambiado tu manera de hacer música?
No sé si mi manera de hacer música ha cambiado, pero sí es cierto que allí estaba muy inspirado. Me levantaba y ya tenía una idea. Así que en ese sentido sí que cambió algo.

¿Qué esperas del retorno de la mítica Bongo Lounge en la nueva fiesta Milkshake?
Espero que ese público que busca algo distinto nos encuentre. Crear noches divertidas, sin barreras de público. Y que no sea sólo para ganar dinero, porque en Barcelona los locales que lo hacen por pasión se pueden contar con la mano: el Ocaña, el Macarena… Es curioso que la gente de fuera de Barcelona hable de nuestra ciudad como una capital cultural donde siempre pasan cosas, cuando a la hora de la verdad es un desierto, es más pueblo que nunca. Hay que recuperar eso. Las autoridades están matando la cultura, es cierto, pero también depende de nosotros intentarlo.

¿Nos cuentas un sueño?
Que lo que se vende sobre Barcelona fuera real. Que las cosas que pensábamos hace 15 años que podríamos hacer a estas alturas, a donde parecía que íbamos a llegar, fuese real.

¿Y un secreto?
A mediados de los 80 estaba mezclando en un estudio de Nueva York, y en la antesala alguien se había dejado unas pulseras grandes de plástico. Le preguntamos al técnico de quién eran y nos dijo: “nada, de una tal Madonna”. Nos dijo que era una hija de puta, porque él era amigo de Jellybean Benitez, que fue el productor y primer novio de Madonna, y ella le había mandado a la mierda poco antes. Entonces nosotros cogimos las pulseras y las quemamos. Ahora nos acordamos y pensamos en cuánto podrían costar ahora esas pulseras.

Entrevista: Samuel Valiente
Imagen: KER Club