El nuevo Chandigarh Café esconde uno de los jardines más privilegiados de la parte alta de la Diagonal. El jardín rodea una casa inundada de luz y muebles de diseño, en la que como mínimo querrás quedarte a vivir (o en mi caso, llevarme una de las sillas de Jean Prouvé). Un espacio instragramable, acogedor sin perder sobriedad, que sirve de acompañante perfecto para una buena comida. De la cocina salen platos de influencia mediterránea amplia, donde lo sabroso no compromete lo saludable, y en el que las pizzas al horno de leña se llevan parte del protagonismo. Pedimos sin control: una pizza Margarita, otra de prosciutto trufado (excelente), la berenjena con yogur, la terrina de campaña (últimamente omnipresente), la stracciatella ahumada, un steak tartar (para el gusto de algunos, falto de punch), y unos tortiglioni cubiertos de un reconfortante ragú. Todo acompañado por unos cuantos vermuts, mucho vino blanco y unas cuantas cervezas bien frías. Porque aquí, uno se siente tan a gusto, que acaba por soltarse un poco más de la cuenta.
Chandigarh Café es un restaurante en el que todo cuadra, de esos que cuando coja velocidad de crucero, no habrá quien lo pare (ni quien consiga reservar mesa). Al igual que la utópica ciudad india concebida por Le Corbusier, Chandigarh Café está planificado al milímetro para ser uno de los restaurantes con mejor energía de esta ciudad.