Bendito boca-oreja, por el que descubres sitios como este. El Altar no es un restaurante, es una asociación gastronómica en la que cada cena o comida es diferente, según lo que quiere el comensal o según lo que el chef decide preparar ese día inspirándose en los productos frescos que encuentra en el mercado de la Boquería, que está justo debajo. Si eres de los que le gusta cocinar, puedes incluso participar y preparar los platos con el chef. Si simplemente quieres que te sorprendan, irás viendo como Chema José Mª Aroca te traen un suculento menú, sin demasiadas florituras ni estridencias. Esa es la grandeza de El Altar, el mejor producto, preparado al instante. Es el mismo chef el que te lo prepara, te lo sirve, te lo cuenta, ¡y con nosotros casi que se sienta a comer también!
Los creadores de este divertimento no son novatos, se trata de Óscar Manresa y David Moya, que tienen, entre otros, el Torre de Alamar, el querido Kauai, y Casa Guinart, que está a tan solo unos metros de El Altar (y pronto reabrirán Casa Leopoldo; estamos expectantes, por cierto). Hasta ahora el altar estaba pensado solo para grupos, de máximo 20 comensales, pero ahora también puedes reservar para mesas pequeñas. Es el lugar ideal para hacer los team buildings, muy de moda últimamente, o una clase de cocina a medida, donde tú decides que platos te apetece preparar. En fin, tenéis un montón de opciones en este primer piso de La Rambla donde te sentirás como en tu casa, pero mejor. Tienen hasta varias listas de Spotify para que tú decidas qué quieres escuchar, mientras te tomas el menú. En nuestro caso, optamos por música española de los 80 mientras degustábamos un menú sorpresa que comenzó con unas chips crujientes de patata caseras con las que intuimos que la noche iba a dar de sí, seguían los buñuelos de bacalao; qué buenos son los buñuelos y que olvidados los tenemos, o por lo menos yo. Una ensalada de ventresca con cebolla tierna, en la que no puse atención porque estaba atenta viendo como Chema preparaba los huevos poché; a ver si aprendo a prepararlos de una vez. Los poché venían con la mejor compañía posible, una parmentier de patata, otra de mis debilidades que espero aprender otro día de estos, y caviar iraní. Para entonces ya hubiera tomado el postre, pero venía un suquet de rape y gambas, que ya os imagináis como estaba, y tengo que confesar que a la carne no llegué, pero el que me acompañaba si llegó y disfrutó con un chuletón de carne polaca de 40 días de maduración acompañada de foie y hummus de berenjena ahumada. Y entonces sí, llego el postre, una mousse de crema catalana, nada mejor para culminar la grandeza de lo sencillo.