Mar de Cava

¿Es una tienda? ¿Una especie de sitio cool para tomar el ahora omnipresente brunch? ¿Es la típica tienda mona de cupcakes? ¡Uy, no! ¿Es esto una tienda de decoración? ¡Ah! No, no: ¡pero si es un showroom! Aunque veo a una señora comiendo un carpaccio… Efectivamente, esta sensación de esquizofrenia conceptual es la que uno tiene cuando se topa con Mar de Cava. Un “espacio (éste es el mejor vocablo para describir su naturaleza ecléctica) rebosante de frescura”. Así se autodenominan ellos y por eso les robo las palabras, porque es una explicación magnífica. Mar de Cava es todo espacio. Uno puede comer, tomarse un snack, merendar, saborear una copa tonta de verdejo a media tarde siempre rodeado de un espacio disonante (en el buen sentido de la palabra, si es que existe). Su carta es de fácil lectura y los postres son bombas no aptas para cobardes con miramientos. Si vas a Mar de Cava que sea porque buscabas algo realmente distinto -a la luz del día – o intentabas sacar a tu abuela de sus cuatro calles del barrio (como me pasó a mi).

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