Vivimos una época dorada para el bocadillo gourmet. Un boom que llena Instagram de sandos, bikinis trufados, steak rolls o elegantes bocadillos de calamares, y que ha llegado acompañado de múltiples aperturas de bares de sándwiches hipsters. Pero siempre hay algún irreductible que se aferra a la tradición. Asador de Aranda ha decidido tirar de historia, y ha acabado con unos de los bocadillos más contemporáneos del Paral·lel. Sus tortas de carne, una especie de mollete grande, crujiente pero con mucha miga elaborado en exclusiva para ellos, se han ganado con mérito un puesto entre los mejores bocadillos de la ciudad. Un pan único que consigue aguantar rellenos de alto voltaje: solo por su torta de oreja de cerdo, de textura gelatinosa y sabor profundo, ya vale la pena el viaje hasta Poble-sec. La de cochinillo con rúcula, queso de oveja y cebolla encurtida o la torta de su famoso lechazo de asado lento con sus jugos, son platos de otro planeta.
Todas las carnes están mimadas durante horas en su horno de leña tradicional, la tahona Castellana, que durante décadas han sabido trabajar tan bien en el Asador de Aranda. Y allí reside su mérito, en lugar de inventar conceptos o saltar encima de modas pasajeras, han decidido respetar la calidad del producto y la tradición. Y el resultado no podría ser más loable.