No es solo una película. Después de pasados los 165 minutos de Boyhood, uno tiene la rara sensación de que quiere seguir viendo más, o por lo menos verla otra vez tan pronto aparecen los créditos, por si acaso algún detalle se haya escapado. Uno tiene ganas de llorar, de reír, de afrontar la vida bajo otra perspectiva, sin saber muy bien el porqué. Un buen rollo que dura por días, y aunque pasadas semanas, cada vez que algo te la recuerde -sea una canción o un corte de pelo- ahí estará una vez más esa sonrisa melancólica en la cara. Mucho se habla del “acto de fe” de Linklater por filmarla en 12 años, o sobre cómo uno puede o no identificarse con los personajes, pero lo que explica su profunda simplicidad es que al contar un cuento tan personal, se alcanza lo universal. No nos sentimos meros voyeurs al asistir a Boyhood, pero sí participantes de los momentos, de su universo. Tal como la vida, la magia sucede entre lo que imaginas y lo que haces, entre lo que eliges y lo que te viene por el camino. No es solo una película, ya os digo. / By Liliana Albuquerque
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